Todos nacemos con
un espacio único e impenetrable que vamos forjando a través de experiencias,
vivencias y lo más importante, fallos y caídas.
Ese espacio lo
vamos decorando a nuestro gusto y antojo. Ilusionados e inconscientes
preparamos todo al detalle y cuando no tenemos suficiente tiempo, lo dejamos
hecho un desastre. Perdón, nuestro desastre, porque sea como sea, siempre es nuestro.
Hay rachas en las
que colgamos cuadros de decepción que tras un período de tiempo reemplazamos
por otros de alegría, a veces el agua de la ducha la programamos para que salga más
caliente, otras sin embargo, la necesitamos fría como el hielo para que al caernos sobre la cara, nos despertemos de sueños
que nos tienen embelesados.
Nuestras sábanas hay días que las ponemos de colores vivos y llenamos la cama de cojines con millones de colores, y otras veces, simplemente escogemos un edredón de colores fríos que no de paso a la pasión.
Nuestras sábanas hay días que las ponemos de colores vivos y llenamos la cama de cojines con millones de colores, y otras veces, simplemente escogemos un edredón de colores fríos que no de paso a la pasión.
En ciertos momentos, nos apetece abrir las ventanas de par en par para que todo el aire fresco de la
calle entre y nos permita respirar, pero también de vez en cuando nos gusta estar con las persianas
cerradas para que nada pueda interrumpir nuestra creatividad, o nuestro "día vago".
En estanterías colocamos los libros en orden alfabético cuando necesitamos llevar una estructura, sin embargo en otras ocasiones simplemente los descolocamos todos para incorporar esa gota de locura que da vida al ritmo frenético de las calles de Madrid.
En estanterías colocamos los libros en orden alfabético cuando necesitamos llevar una estructura, sin embargo en otras ocasiones simplemente los descolocamos todos para incorporar esa gota de locura que da vida al ritmo frenético de las calles de Madrid.
Cuando pasa un período de tiempo, hacemos limpiezas a
fondo para sacar basura que nos permita renovar nuestro espacio, pintamos las
paredes de otro color que nos haga ver las cosas desde otro punto de vista y
ponemos la música que nos apetece, con el volumen que queremos y con la intensidad
que necesitamos. Porque la música, también viste nuestro capullo.
Ese espacio es
único, es un capullo de flor cuyos pétalos hemos forjado nosotros mismos casi
sin darnos cuenta, con ladrillos de recuerdos y cemento de experiencias.
Guardamos cajas con cosas que nadie más conoce de nosotros, tenemos incluso
baúles con cerradura y no encontramos la llave, pero no nos atrevemos
a tirarlos, porque desconocemos lo que hay dentro y quién sabe, quizá nos guste
más adelante cuando encontremos la manera de abrirlos.
Nos sentimos únicos
y cómodos, podemos estar en pijama o en zapatos de fiesta, despeinados o de punta en blanco, en pijama debajo de una manta o recién duchados y vestidos con americana. Pero ahí es el único
lugar en el que somos nosotros, sin influencias, sin apariencias y sin
presiones. Es nuestro espacio, único e inigualable.
Tener ese capullo
infranqueable está genial, pero debemos prestar atención también a su cuidado, porque aunque sea a
nuestra manera, tenemos que dedicar el tiempo que nuestro capullo requiere y no
abandonarlo, mejor dicho, abandonarnos.
A veces la vida da una vuelta de ciento ochenta grados y por diversos motivos hace que poco a poco dejemos de tener tiempo suficiente y comencemos a guardar cuadros obsoletos, mantas con pelotillas y vasos rotos que no llenarán nunca
las ansias de sed.
Cuanto más desordenado
está nuestro capullo, más pereza nos da ordenarlo y cuando está completamente
lleno de basura que no hemos sacado, nos sentimos tan presionados que queremos pasar más tiempo fuera
de él que dedicándoselo a él, exponiéndonos a que ese espacio quede inservible y fácilmente ocupable.
Debido a nuestra preocupación, decidimos confiar en alguien que parece, puede limpiarnos
nuestro capullo y ayudarnos a darle un poco de orden. Recuerda, SU ORDEN. No el tuyo.
Esta persona mete lámparas, ropa nueva y trastos a nuestro espacio, invadiendo el capullo que nosotros hemos construido gracias a los materiales que nos ha dado la vida. Poco a poco va sacando lo que esta persona considera basura y quizá para nosotros no lo era, pero como no estamos atentos, ciegamente confiamos en el criterio de otra persona para reestructurar nuestro capullo.
Esta persona mete lámparas, ropa nueva y trastos a nuestro espacio, invadiendo el capullo que nosotros hemos construido gracias a los materiales que nos ha dado la vida. Poco a poco va sacando lo que esta persona considera basura y quizá para nosotros no lo era, pero como no estamos atentos, ciegamente confiamos en el criterio de otra persona para reestructurar nuestro capullo.
Al final, acabamos
abandonando ese capullo en el que nos sentíamos cálidos, donde éramos nosotros mismos,
donde no existía el miedo, ni las dudas, ni los juicios… Porque ahora no lo
sentimos como nuestro, si ponemos o quitamos algo, la persona o personas que hemos
dejado que se metan dentro, nos criticarán, ya sabes. Nunca llueve a gusto de
todos.
Al final directamente preferimos dejarlo abandonado y que todos lo decoren a su gusto, pero no al nuestro. Permitiendo que cambien los colores de nuestro capullo y coloquen dentro lo que quieran, total, empieza a darnos igual lo que nosotros hemos construido con el tiempo. Nos da igual nuestro capullo, nos damos igual nosotros.
Al final directamente preferimos dejarlo abandonado y que todos lo decoren a su gusto, pero no al nuestro. Permitiendo que cambien los colores de nuestro capullo y coloquen dentro lo que quieran, total, empieza a darnos igual lo que nosotros hemos construido con el tiempo. Nos da igual nuestro capullo, nos damos igual nosotros.
Mientras tanto vagamos dando vueltas a la nada para sentirnos perdidos, sin ilusión
por innovar, por renovar o por recolocar. Total, ¡no tenemos capullo!
Caminamos hacia un horizonte sin rumbo, dejando a esa persona colocando nuestro capullo a su antojo, dando lo mejor de sí misma, pero no lo mejor para nosotros mismos, porque al fin y al cabo, es un trabajo que solamente podemos llevar a cabo nosotros mismos.
Entramos y salimos de diferentes capullos, pero claro, ninguno es el nuestro. No nos pertenece y acabamos dejando objetos que llevábamos encima y no volver a recuperarlos nunca. Llevándonos cosas que no nos pertenecen, pero nos pesan.
Caminamos hacia un horizonte sin rumbo, dejando a esa persona colocando nuestro capullo a su antojo, dando lo mejor de sí misma, pero no lo mejor para nosotros mismos, porque al fin y al cabo, es un trabajo que solamente podemos llevar a cabo nosotros mismos.
Entramos y salimos de diferentes capullos, pero claro, ninguno es el nuestro. No nos pertenece y acabamos dejando objetos que llevábamos encima y no volver a recuperarlos nunca. Llevándonos cosas que no nos pertenecen, pero nos pesan.
Pensamos que no
necesitamos un capullo, y éste, es el mayor de nuestros errores. Porque
mientras caminamos con esta nueva mochila, estamos solos rodeados de capullos, organizados o no, pero
ya no tenemos “nuestro capullo”.
Hemos perdido nuestro refugio, nuestros secretos, esos que jamás pensábamos que abriría nadie, esos que todavía nos quedaban por descubrir. Hemos dejado atrás esos pétalos que durante años fuimos colocando, cambiando y creando. Ya no tenemos sábanas. Ni si quiera, tenemos ventanas.
Hemos perdido nuestro refugio, nuestros secretos, esos que jamás pensábamos que abriría nadie, esos que todavía nos quedaban por descubrir. Hemos dejado atrás esos pétalos que durante años fuimos colocando, cambiando y creando. Ya no tenemos sábanas. Ni si quiera, tenemos ventanas.
Para entonces, devastados y perdidos, nos sentamos en una piedra y observamos el resto de capullos,
todos nos parecen preciosos, algunos más o menos ordenados, otros más o menos
abiertos pero al fin y al cabo; son capullos. Y nosotros, no tenemos el
nuestro. Tenemos frío y la roca sobre la que estamos sentados nos incomoda. Entonces, después de tanto caminar y cargar, comenzamos a pensar: “¿cuándo
dejé que invadieran mi capullo?”.
La respuesta es
clara: Perdiste tu capullo porque te dio igual que fuese tuyo y descuidaste
demasiado tiempo tus pétalos para dedicarte a otros, que tampoco eran tuyos. Al
fin y al cabo, también tú has invadido otros capullos.
Ahora bien, existen
dos opciones, seguir divagando entre capullos que te recuerdan que una vez
tuviste uno, o decidirte a construir un capullo nuevo, únicamente tuyo, con
cimientos aún más fuertes gracias a tus nuevos conocimientos, con colores más
vivos debido a tu renovación interior y lo más importante, con todo aquello que
tú quieras que esté dentro y que nadie más pueda tocar, cambiar ni tirar.
Ser capullo o ver
capullos… ¿Qué camino quieres tomar tú?
No hay comentarios:
Publicar un comentario